jueves, 24 de septiembre de 2015

Muerte en la mansión Crawford (V)

- Buenas tardes - dices al hombre que te abre la puerta, un tipo delgado, pálido y bastante alto, cuyos ojos hundidos te miran con cierto aire de superioridad. Si no fuera por su atuendo habrías pensado que se trataba de un okupa.
- ¿Quién es? ¿Qué quiere? Si es otro periodista le advierto que sus otros compañeros se han ido de vacío, y con usted no será distinto.
- No, no soy un periodista. Soy detective, estoy aquí para hacerle algunas preguntas que sí debe responder.
- ¿Trabaja para la policía? También estuvieron aquí hace un rato, y no creo que tenga más respuestas para…
De repente, oyes una voz que proviene del interior de la casa.
-Herbert, ¿quién es? ¿Otro caballero de la prensa preguntando por tu pobre hermano?
-No, madre, dice que es detective, y que tiene preguntas que hacernos.
-Pues hazle pasar, no va a quedarse en la puerta.
Herbert se hace a un lado y te permite entrar en la casa. La mayor parte de puertas del pasillo están abiertas y se pueden ver objetos diversos apilados en montones.
- Buenas tardes, señora Crawford. - Dices cuando llegas frente a ella. - Vengo a hacerle algunas preguntas a su hijo.
- Buenas tardes, joven. Disculpe los modales de mi hijo, pero ha sido un día muy largo. Toda la ciudad parece querer saber lo que le ha pasado a mi pobre John, y no han parado de venir. Incluso sir Powers, ese horrible hombre, ha venido a importunarnos, y Herbert casi pierde los nervios con él. Pero por favor, siéntese. Está usted en su casa.
- ¿El señor Powers ha estado aquí? Ya veo. Bueno, cada cosa en su momento. Señor Crawford, ¿podría contarme dónde estuvo anoche?
- Ya he contado la misma historia tres veces. Estuve de copas por el centro, ¿es eso un delito? Porque sus compañeros de uniforme insistieron mucho.
- Quizás le insistieron porque sabían que les ocultaba algo, ¿no cree?
-¿Y qué podría ocultar? Mi hermano ha muerto, y todos vienen a preguntarme como si yo pudiera decirles quién ha sido. Si lo supiera lo diría enseguida, ¿no cree?
- Por supuesto, pero ¿no cree que hubiera sido una buena idea comentarle a algún policía que usted le preparó cierta sorpresa a su hermano anoche?
De repente, palidece y pierde todo su mal genio.
- Yo… Bueno, él lo necesitaba… Estaba sometido a mucha presión… Necesitaba relajarse…
La señora Crawford lo mira con sorpresa y dice con voz temblorosa:
-¿De qué está hablando, Herbert? ¿No habrás vuelto a llevar a tu hermano por el mal camino, verdad?
- Eso es precisamente lo que hizo. Podría preguntarle por qué creía que preparándole una “sorpresa” se arreglarían todos los problemas de su hermano, pero no soy psicólogo. Sus actos, por absurdos que me parezcan, nos han traído hasta aquí. Ahora bien, ¿qué pasó en esa pequeña fiesta privada? Tengo entendido que su hermano discutió con alguien hacia el final de la velada.
- ¿Discutir? No me extraña… Seguro que sería con ese malnacido de Powers… ¡Quería quitarle la empresa a mi hermano! ¡La herencia de mi padre! John estaba destrozado y ese bastardo no le daba cuartel… Él no estaba hecho para esa vida de víboras.
- ¿Puedo saber por qué estaba destrozado su hermano?
- Powers creía que mi hermano haría peligrar la empresa, decía que no podía controlar sus vicios, y que eso acabaría con su buena imagen ante los inversores. Contrató legiones de abogados, y quería hacerle firmar un contrato para cederle su mitad de la empresa, ¿se da cuenta? ¡Y John casi ni podía responder legalmente!
- Se da usted cuenta de que sus vicios aparecieron por obra suya, ¿verdad? Si tan importante era para usted que su hermano siguiera en la empresa, ¿por qué impedía que dejase la mala vida? Para conservar la empresa lo único que tenía que hacer era rendir adecuadamente…
- ¿ Y usted qué sabrá? ¡Él lo necesitaba! Esos malditos empresarios, con su autosuficiencia y su palabrería… Mi padre sí sabía tratar con ellos. Pero John no. Al fin y al cabo no era culpa suya, ni siquiera era hijo biológico de mi padre…
- ¿Me permite una pregunta personal? Si John no era hijo biológico de su padre, ¿por qué heredó él la empresa?
Cuando Herbert abre la boca para responder, la señora Crawford se adelanta.
- Permítame que sea yo quien responda, joven. Cuando nos casamos, mi marido y yo tratamos de tener hijos muchas veces, pero no lo lográbamos. Para él era un asunto importante, porque poseía mucho patrimonio y no podíamos permitir que se diluyera entre bancos y familiares lejanos a su muerte. Así que mi marido decidió que adoptar sería una buena solución. Yo me opuse, he de admitirlo, pero tuve que aceptarlo, y adoptamos a John. Poco tiempo después descubrí que estaba embarazada, y decidimos criar a los dos pequeños como hermanos. Nunca les ocultamos la verdad, y ambos parecían ser felices. Con el tiempo, mi marido enfermó y tuvo que decidir a quién legar sus negocios, y decidió que fuera John.
- Bonita historia, pero no estoy seguro de que responda a mi pregunta. ¿Hubo algún motivo en concreto? ¿Les pareció bien a los dos hermanos la decisión de su padre?
De repente, Herbert da un puñetazo en la mesa y grita:
- ¡Basta! ¿¡Quién se cree que es para hurgar así en nuestro pasado!? ¡Mi padre le eligió a él! ¡Siempre supimos que lo haría! Al fin y al cabo, ¿con quién iba a quedarse? ¿con el inteligente y refinado hermano adoptado, o con su hijo el borracho? Mi padre, que en paz descanse, podía ser un hombre hecho a sí mismo, pero no tenía un pelo de tonto…
La señora Crawford, compungida, agarra a su hijo del brazo.
- Herbert, por el amor de Dios, refrénate. Este hombre está aquí para ayudarnos...
Sin mediar palabra, Herbert Crawford se deshace bruscamente del brazo de su madre y sale de la habitación con un portazo.
- Oh, por favor, detective, disculpe a mi pobre hijo. Es bastante doloroso para él, a pesar de todo quería mucho a John y le ha afectado su muerte… Mis pobres hijos…
- No se preocupe, señora. Voy a marcharme ya, creo que tengo todo lo que podía averiguar.
Te levantas y te diriges hacia la puerta. La señora Crawford se queda en el sofá, limpiándose las lágrimas discretamente.

Decides volver a la mansión Crawford, el lugar donde empezó todo, a intentar ponerle fin al misterio que rodea la muerte de este empresario tan peculiar.

martes, 28 de julio de 2015

Muerte en la mansión Crawford (parte IV)

Antes de volver a la mansión de los Crawford, pasas por un establecimiento de comida rápida para almorzar algo. El local es pequeño y apenas tiene clientela, cosa que agradeces. En silencio puedes pensar mejor cuál será tu siguiente paso.
Una vez en la casa, te diriges hacia la escena del crimen, esperando encontrarte con el sargento Doyle. Cuando llegas, la sala está vacía, así que te dispones a registrarla en busca de algo que se te haya pasado por alto. Pasas por delante de los cuadros que cubren las paredes, mirándolos de pasada. Te detienes en uno de ellos, un retrato familiar de Sir Crawford, sus padres y su hermano. Observas que, físicamente, no se parece mucho a ningún miembro de su familia. Sacas el móvil y buscas a Sir Crawford en internet para confirmarlo. En ninguna de las fuentes que consultas te dejan clara su procedencia.
Te giras ahora hacia la mesa, que está llena de papeles que hablan de detalles de la empresa, que ni entiendes ni te interesan demasiado. Estás a punto de alejarte cuando ves las palabras «cesión de acciones» en un trozo de papel. Buscas el resto de fragmentos, pero es inútil. No encuentras la parte del acuerdo en la que deben ir los nombres. Alguien se la ha llevado. Te sientas en el sofá, todavía con los fragmentos. Detrás de uno de los cojines que adornan el asiento se asoma una pequeña caja de cerillas con un logo impreso. Lo reconoces como el de una casa de señoritas que goza de una cierta popularidad en la ciudad. Cierras los ojos. Así que el crimen lo cometió alguien que no había usado un cuchillo en su vida, y se llevó un trozo del acuerdo de cesión de acciones que iba a firmar. Quizás a esa misma persona se le cayera del bolsillo la cajita de cerillas. Para confirmar tus sospechas decides visitar el lugar de donde procede dicho objeto.
El local no es como te lo imaginabas. La fachada limpia y las luces en buen estado te indican que aquello no es el típico burdel de barrio pobre. Tampoco los coches aparcados delante de la puerta parecen precisamente baratos. En la entrada hay un portero que te hace plantearte los motivos por los que dejaste el gimnasio. Le miras fijamente y luego entras con aire resuelto. Dentro, pides hablar con la dueña del establecimiento, que aparece minutos más tarde por una puerta pequeña al fondo de la sala.
- Me han dicho que quiere hablar conmigo. ¿De qué se trata? ¿Es alguna petición especial? Podemos negociar tarifas especiales…
- No, no vengo como cliente. Soy detective. Quería hacerle unas preguntas.
- Vaya, en ese caso sea breve. Tengo clientes que atender.
- Por supuesto, será solo un momento. Quería preguntarle acerca de uno de sus clientes. Sir John Crawford.
- ¿Crawford? Sí, me suena. Creo que ha estado aquí un par de veces. Un tipo importante, por lo que parece. Aunque siempre con prisa. Supongo que estará casado.
- Sí, lo está. ¿Solía venir con alguien?
-Sí, las veces que vino lo hizo con un tipo que decía ser su hermano. No se parecían en nada, así que supongo que serían bromas de borrachos.
Buscas en tu teléfono la foto que hiciste al retrato de la mansión Crawford.
- ¿Es este hombre?
- Exacto, ese mismo. Se lo pasaban de miedo él y su hermano. Les gustan mucho nuestras chicas. En especial Giselle. Siempre preguntan por ella.
- Esta Giselle, ¿está aquí hoy? ¿Podría hablar con ella?
- Sí que está, un momento…
La dueña se marcha y al poco tiempo vuelve con una joven muy guapa. No te extraña que Crawford se fijara en ella.
- Giselle, este hombre quiere hablar contigo. Sé buena y atiéndelo bien.
Esperas a que la dueña vuelva a salir por la puertecita del fondo y te giras hacia la chica, sonriendo.
- Buenas tardes, Giselle. Tengo un par de preguntas que hacerte sobre unos clientes. ¿Qué podrías decirme sobre los Crawford?
- Oh, en general son muy buenos clientes, sobre todo John. Herbert tiene las manos más largas, pero sé controlarlo. Y pagan bastante bien. Deben ser hombres muy ricos.
- ¿Cuándo los viste por última vez?
- No sé si debería contárselo… Pero ayer estuve en casa de John. Me dijeron que su hermano quería darle una sorpresa porque estaba pasando unos días muy malos. Fue muy atento conmigo, e incluso hizo que su mayordomo me llevara a mi casa. Me sentí como alguien importante.
- ¿Estuviste anoche en la mansión? ¿Por qué no sabías si contármelo?
- Me dijeron que fuera muy discreta… Supongo que no querrían que nadie se enterara… Incluso John le dijo a su mayordomo que no hablara de nada de esto. Yo estoy acostumbrada a tratar con hombres casados, así que no me extrañó...
- Entiendo. Y ¿qué pasó en la casa?
- Lo normal en estos casos, supongo... John bebió bastante, pero no fue brusco conmigo. Me fui un poco después de la medianoche.
- ¿Había alguien más allí cuando te fuiste?
- Sólo el mayordomo, el que me llevó a casa. No parecía haber nadie más. Yo lo conocía porque me había llevado otras veces. John siempre le hacía acompañarme, decía que la calle era muy peligrosa. Es un buen hombre.
- Entiendo. Esto es todo, muchas gracias por tu tiempo.
Le das la mano y te marchas, pensando en la declaración del mayordomo. Comprendes que mintiera para no dañar la reputación de su jefe, claro. Pero si ocultó la visita de Giselle, ¿quién dice que no ocultó la de nadie más?
Decides que tu siguiente paso debería ser visitar al hermano de Sir Crawford, ya que es él quien organizó la «sorpresa» de anoche. Llamas al sargento para preguntarle la dirección y entras en un taxi.
La casa de Herbert es bastante más pequeña que la de su hermano, pero también es lujosa, aunque está muy deslucida. Te acercas hacia la puerta, caminando sobre baldosas que empiezan a desaparecer bajo el césped, y llamas al timbre.

martes, 14 de julio de 2015

Muerte en la mansión Crawford (Parte III)

De camino a la casa de Sir Powers reflexionas sobre la información que acabas de descubrir sobre Crawford. Su problema con la bebida pudo generar conflictos con su socio, o con los maridos de las mujeres a las que seducía, según su afectada esposa. Por más vueltas que le das, sientes que no dispones de suficiente información para hacer una lista de sospechosos. El taxi para en la puerta de una casa bastante grande, con macetas en cada ventana y un jardín bien cuidado delante.  Te acercas a la puerta y llamas al timbre. Una joven sirvienta abre la puerta, dedicándote una mirada recelosa:
- ¿Quién es y qué desea?
- Buenas tardes, me gustaría hablar con Sir Powers, por favor. Soy detective privado.
- Ah, si, pase. Sir Powers le está esperando.
Sorprendido, sigues a la chica por un largo y bien iluminado pasillo hasta una enorme puerta de roble, a la que llama con suavidad. Acto seguido, abre la puerta y dice con voz monótona:
-Sir Powers, el detective está aquí.
Con un gesto de la mano te indica que entres. Al hacerlo, ves un despacho más pequeño de lo que esperabas, con una estantería repleta de libros de contabilidad y un par de sillas ante una sencilla mesa abarrotada de papeles. Sentado tras ella hay un hombre menudo y con aspecto de ser muy anciano, pero con una mirada fuerte y vivaz. Al oirte entrar levanta la vista y te dice con gesto sereno:
-Buenas tardes, señor detective. Siento el desorden, pero no he tenido tiempo de adecentar mi despacho para su visita. Por favor, siéntese. ¿Quiere una copa? ¿Coñac, tal vez?
- Saludos, Sir. Estoy algo desconcertado, ¿acaso me esperaba usted? Y sí, le agradecería una copa de coñac.
- Por supuesto. Martha, por favor, tráiganos dos copas de coñac. Hennessy, a ser posible.
La chica hace un gesto con la cabeza y sale de la habitación. Sir Powers se acomoda en la silla y su voz se torna seria:
-Vayamos al grano, detective. Supuse que enviarían a alguien por lo de sir Crawford. No se sorprenda, mi deber es estar enterado de todo lo que ocurra con respecto a mis negocios. Probablemente, yo me enteré de su muerte antes que usted.
- Esperaba que usted me pudiese aclarar ciertas cosas con respecto a la muerte de su socio. Por ejemplo, agradecería algo de información sobre su problema con la bebida. Ah, y por supuesto, voy a necesitar que me diga lo que hizo usted anoche.
- Temo que ambos interrogantes tienen una sola respuesta. Anoche estuve hasta bien entrada la medianoche tratando de hablar con sir Crawford. Le llamé varias veces hasta que contestó a su teléfono personal, a eso de las doce. Aunque “contestar” puede que sea un eufemismo poco acertado.
- ¿Qué pasó anoche?
- Sir Crawford estaba fuera de sí. Es evidente que había bebido demasiado, o algo peor. Apenas pude entender lo que me dijo. Creo que nunca había llegado a tal extremo.
Haces una pausa, preocupado. Tienes un mal presentimiento acerca de esta conversación, pero sin embargo sabes que tienes que descubrir la verdad.
- ¿Recuerda algo de lo que escuchó?
- Pocas cosas, y me temo que no muy agradables.
- ¿Tenían una mala relación? Con todo lo que usted le había ayudado no creo que así fuera…
- Bien es cierto que le ayudé a conservar la parte de la empresa que le había dejado su padre cuando murió, pero últimamente tuvimos… ciertas discrepancias sobre el futuro de la empresa. Su problema no hacía más que empeorar, y por supuesto tuve que tomar medidas legales. Algo que no le sentó muy bien a John.
- Discrepancias, menuda palabra. ¿De qué medidas legales habla?
-Sus decisiones eran cada vez más erráticas. Temía que, como socio mayoritario, hiciera peligrar su participación en la empresa debido a una de sus crisis. De modo que intenté pactar con él una solución por si le ocurría alguna desgracia. Por supuesto, él no aceptó el acuerdo.
En ese momento aparece la joven llevando una bandeja con dos copas. Las deja sobre la mesa y sale, con aire distraído.
- Y esta solución de la que habla, ¿de qué se trataba?
- Como comprenderá, detective, los detalles son estrictamente confidenciales. Sólo diré que la idea principal era evitar que sir Crawford pudiera cometer alguna… locura con la herencia de su padre. Y arruinar la empresa, de paso.
- Entiendo, entiendo. Es fácil arruinar cosas cuando se tiene ese tipo de problema. Matrimonios, por ejemplo.
El tono de Sir Powers se endureció.
- Veo que no ha perdido el tiempo, detective. Aquel asunto fue bastante desafortunado, pero todo se aclaró con la mayor celeridad. Sir Crawford nunca fue muy bueno controlando sus instintos básicos, pero pudimos encontrar una solución para enterrar el asunto, como caballeros civilizados.
- Curiosa elección de palabras. Imagino que aun así hubo tensión entre ambos. Una cosa así no se olvida de la noche a la mañana.
- Soy un hombre de negocios, y antepongo el bien de mi empresa a este tipo de frivolidades. Este es un asunto privado, y me gustaría que se mantuviera así.
- Por supuesto, sí. Mi trabajo consiste en descubrir incidentes, no en airear los enredos privados de nadie. Bueno, pues si eso es todo, necesitaré confirmar su coartada, así que algún policía se acercará a tomarle declaración. Mientras tanto no salga del país, ya sabe cómo van estas cosas.
- Por supuesto, detective. Repetiré esta misma historia a cuantos señores uniformados quieran escucharla. Ah, hay una cosa que se me ha olvidado decirle…
- ¿Sí? ¿Qué ocurre?
- Cuando contacté por teléfono con Sir Crawford, le oí hablar con otra persona. Aquella noche parecía tener compañía. Temo no serle de más ayuda, detective.
- Gracias, Sir. Nos veremos.
Menuda pérdida de tiempo. Parecía tener compañía, un señor que ha sido asesinado. Intentando no perder la compostura recorres el pasillo hacia la entrada de la casa, donde la joven te abre la puerta. Te despides con una inclinación de cabeza y caminas rápidamente hacia la verja de la casa. Cuando la cruzas, te giras a echar un último vistazo a la casa. Los acuerdos que quería firmar Sir Powers eran probablemente de cesión de acciones, así que en el caso de que hubieran llegado a firmarlos, él sería dueño de la empresa.
Mueves la cabeza y sacas el teléfono para llamar un taxi que te lleve de vuelta a la casa de Sir Crawford. Tienes que averiguar si llegaron a firmar los acuerdos. Luego marcas el número del inspector, a quien tienes que informar de que hay que comprobar la coartada de Sir Powers. Empiezas tu lista mental de sospechosos con un único nombre.

lunes, 22 de junio de 2015

Muerte en la mansión Crawford (Parte II)

Mientras esperas a que el forense examine el cadáver de Sir Crawford decides bajar a buscar al sargento Doyle, para comprobar cómo va el interrogatorio. Le pides a uno de los policías que hay en la casa que te acompañe hasta la cocina, cuyo tamaño es proporcional al del resto de la mansión. Todo está tan pulcramente ordenado y limpio que resulta difícil creer que cada día se preparen varias comidas al día. El sargento está al fondo, hablando con un tipo enorme con un poblado bigote. Deduces por su atuendo que se trata del jefe de cocinas, aunque te cuesta ver en él la delicadeza de un chef. Al llamarlo, el sargento se vuelve y se acerca con parsimonia:
- ¿Ha hablado ya con el mayordomo estirado, detective?
- Hemos intercambiado frases, sí. Sin embargo, no he conseguido sacar nada en claro de esa conversación.
- Una lástima. Yo, en cambio, he estado hablando con aquel corpulento caballero, que dice ser el encargado de las cocinas, sobre nuestra misteriosa arma homicida. Al parecer, ha echado un vistazo y dice que le falta un cuchillo de los grandes. Lleva un registro de todo el material de la cocina, y no sabe cómo ha podido perderse algo así a no ser que lo sustrajeran ayer mismo.
- Cuánta suspicacia percibo. De cualquier forma, es cuanto menos curioso que en una cocina tan ordenada falte un cuchillo y no se note su ausencia hasta el día siguiente. ¿Sabemos cuánto tiempo lleva trabajando para la familia Crawford?
- Según parece, lleva aquí bastante, del orden de unos quince años. Nunca ha tenido problemas con los dueños, y llevaban el pago al día. Nada que justifique la carnicería.
Te giras para mirar al cocinero y luego vuelves la vista hacia el sargento.
- ¿Nada? En ese caso, habrá que seguir investigando. ¿Ha hablado con otros miembros del servicio?
- Hace poco que se han marchado un par de doncellas, pero no saben nada. El servicio se retira a las once, y en la casa solo se quedan los dueños y el mayordomo. Supongo que quien decidiera matar al señor Crawford lo haría después de las once, cuando hay menos gente en la casa.
- El asesino lo planeó todo bien, entonces. ¿Sabe si ha llegado ya la esposa del difunto?
En ese momento oyes una potente voz femenina en el recibidor, pidiendo explicaciones a los agentes que están en la casa.
- Creo que si, inspector. Mejor que se dé prisa antes de que nos eche a todos a patadas.
Salís de la habitación y vais en busca de la viuda, que está de pie en el rellano de la escalera, discutiendo con uno de los policías.
- Señora, soy el sargento Doyle. Estamos aquí porque ha ocurrido algo terrible. Lamento comunicarle que su esposo ha sido asesinado.
La señora Crawford palidece y mira a su alrededor. Su mirada parece más de incredulidad que de espanto. Sin dejar de mirar a los agentes que montan guardia en el recibidor, dice casi murmurando:
- ¿Prefieren que pasemos al salón? Allí dispondremos de mayor privacidad...
Os conduce por el pasillo hasta el salón, una habitación algo más pequeña de lo que esperabas, en la que hay varios sillones, una chimenea y muchas estanterías repletas de libros.Señalando haca un sofá, dice:
- Por favor, siéntense, caballeros. Disculpen si he sido algo grosera antes, pero tantos agentes me han sobresaltado. Es algo tan espantoso… Oh, John, al final has acabado así… Todos te lo advertimos…
- Es espantoso, sin duda. ¿Podría decirnos qué es lo que le advirtieron a Sir Crawford y no quiso escuchar?
- Mi esposo era una persona muy trabajadora, y a veces la presión de su trabajo lo empujaba a… alejarse del decoro que requería su posición. Oh, Dios, mi pobre hermana me lo dijo, ella lo sabía… Sabía que sus vicios acabarían matándolo…
- Oh, ¿sus vicios?
- Si… No sé si podré contarlo… A veces bebía mucho, y no controlaba sus… sus instintos más básicos… Incluso con mujeres de baja extracción. Imagínese mi vergüenza. Pasaba todo el tiempo posible alejada de casa, para no ver en lo que se estaba convirtiendo… Y ahora que él está muerto, ¿qué será de mí?
- Qué terrible situación. ¿Tenía muchos enemigos, entonces? Sé que debe ser muy difícil para usted contar este tipo de cosas desconocidos, pero entienda que necesitamos saberlo para desempeñar nuestro trabajo.
- Sé que en más de una ocasión ha pretendido mujeres casadas, pero no imagino que nadie pudiera acercarse tanto a él como para… eso. Y lo de Magda lo atajamos a tiempo…
- ¿Qué ocurrió con Magda?
-Magda es la… la esposa de su socio, Sir Powers. Hace algún tiempo mi esposo y ella… superaron las barreras del pudor. Pero el asunto no llegó muy lejos, porque sir Powers se enteró. Casi terminan su relación profesional, pero continuaron juntos por el bien de la empresa. Pero sir Powers es un hombre comprensivo, y sabía lo que el trabajo le hacía a mi esposo… Fue muy amable al no hacer llegar el asunto a otras instancias. Le debíamos mucho. Aunque gran culpa de ello la tuvo su hermano, que el demonio se lo lleve.
- ¿Su marido y la esposa de su socio? Imagino que Sir Powers estaría muy enfadado. ¿Por qué dice que le debían mucho, en pasado? ¿Qué fue lo que hizo su hermano que tan disgustada la tiene?
- Sir Powers fue un gran apoyo para nuestra familia. Cuando el padre de mi esposo falleció, él se hizo cargo de los trámites para que la heredad de la empresa continuase. Él no habría cometido esa afrenta si el botarate de su hermano no le hubiera llevado por el mal camino… Era él quien organizaba sus “excursiones” a los barrios bajos e impulsaba a mi marido a hacer todo aquello… Mal rayo le parta…
- Por lo que dice, parece que Sir Powers y su esposo eran muy buenos amigos. ¿Tenían una mala relación los hermanos?
- En absoluto, mi esposo le consentía de todo, y yo nunca lo llegué a entender. Era rudo y maleducado, pero John sentía debilidad por él. Quizá por eso acabó contagiándole sus perversos vicios. Mi pobre esposo… Si me disculpan y no tienen más preguntas, me gustaría retirarme… Aún no puedo creer que haya pasado esto… Oh, John...
La señora Crawford sale de la sala. El sargento te mira, luego mira la puerta.
- Señor detective, parece que la señora no podrá decirnos nada más, al menos por el momento. Voy afuera a echar un pitillo, avíseme cuando haya decidido qué hacer.
Asientes con la cabeza y esperas a que el sargento se haya marchado para levantarte y salir en busca del forense. Subes a la primera planta y entras en la sala en la que está el cadáver.
El forense, un señor alto, delgado y bastante pálido, está junto a la mesa, observando cómo los agentes se llevan a Sir Crwaford.
- Saludos, Diez. ¿Ha averiguado algo sobre nuestro amigo?
- A excepción de que está muerto, querrá decir.
- ¿Está muerto? Vaya, yo que venía a celebrar su cumpleaños. Venga, hombre. Dame algo con lo que pueda trabajar.
- Veo que su humor mejora con los años, inspector. A falta de autopsia, puedo decir que a este hombre lo ha matado alguien que no ha usado un cuchillo en su vida. He contado veintitrés puñaladas, de las cuales sólo unas seis serían mortales. El resto son simples cortes profundos que no han tocado ningún órgano.
- El humor es lo único que me queda, viejo amigo. Bueno, esto me sirve para descartar a un sospechoso, así que se lo agradezco. Avíseme en cuanto sepa algo más.

Decides que ya has pasado suficiente tiempo en la escena del crimen y te diriges a la salida. Llamas a un taxi y le pides al sargento, que sigue fuera fumando, la dirección de Sir Powers. Tienes que contactar con él cuanto antes.

domingo, 14 de junio de 2015

Muerte en la mansión Crawford (Parte I)

Llegas a la lujosa casa desde la que te han llamado porque requieren tus servicios. Más que una casa, se trata de una mansión que empieza en una verja negra, que es donde te deja el taxi. Desde allí tienes que caminar un buen trecho hasta la puerta, y recorres todo el camino pensando en la misteriosa llamada que te ha llevado hasta ahí. Es la primera vez que te enfrentas a un caso sin saber de antemano los detalles del suceso, pero parecía tan urgente que aceptaste sin pensarlo. Te sitúas frente a la puerta y llamas con decisión. Poco después, un hombre de avanzada edad abre la puerta con leve desconfianza. Supones por su indumentaria que se trata del mayordomo. Cuando habla, lo hace con un fuerte acento indio:
- Buenas tardes, ¿es usted el detective al que esperan?
- En efecto.
- Acompáñeme arriba.
Sigues al mayordomo a través del recibidor, observando el exagerado recubrimiento de las paredes. Cuadros, tapices, incluso trofeos de caza. Te resulta imposible fijar la vista en una sola cosa de entre todas las que ves a tu alrededor. Subís las escaleras y giráis a la derecha hacia una puerta cerrada que el mayordomo abre para ti. Cuando cruzas el umbral ves un enorme despacho tan lujoso como el resto de la casa. En las paredes hay decenas de fotos de un hombre con personas que parecen importantes o, al menos, igual de importantes que él. En el centro, delante de una gran cristalera, una enorme mesa de madera noble atestada de papeles desordenados. Y ante ella se encuentra lo que parece el motivo de tu visita: el mismo hombre que sale en las fotos, tendido boca arriba en medio de un gran charco de sangre, con múltiples puñaladas en el pecho. A su lado, el sargento Doyle observa el cuerpo con actitud pensativa. Al verte, se levanta con parsimonia y va a tu encuentro:
- Hola, detective. Siento haberle llamado tan apresuradamente, pero como comprenderá el asunto es de gran urgencia,
- No mienta, Goyle, no lo siente. Dígame, ¿qué ha ocurrido exactamente? El muerto lo estoy viendo, aunque no sé muy bien quién es,. Lo que realmente quiero es saber si hay testigos, sospechosos, motivos.
El sargento me mira, ligeramente molesto.
- Doyle. Mi apellido es Doyle. Ante nosotros se encuentra nada menos que Sir John Crawford, el dueño del acero de medio mundo y una de las fortunas más grandes del panorama internacional. Como habrá podido observar, no tuvo muchas oportunidades. Yo he contado casi veinte puñaladas, pero tiene el pecho tan destrozado que no sabría decirle. No hay sangre en el resto de la habitación, así que parece que murió aquí mismo. Tampoco he observado signos de lucha o forcejeo, todo parece ordenado excepto la mesa. Supongo que el forense podrá decirle más, pero no creo que haga falta autopsia para determinar la causa de la muerte. Lo encontró el mayordomo esta mañana, al traerle el desayuno. Parece que últimamente pasaba las noches trabajando.
- Qué ensañamiento. Debía tener muchos enemigos si era tan relevante internacionalmente. Imagino que todavía no tenemos idea de cuál ha podido ser el arma del crimen, ¿me equivoco?
-No hemos encontrado nada, pero a juzgar por las heridas tiene que haber sido un arma blanca de tamaño considerable, como un cuchillo de cocina grande. No sería raro encontrar uno así en la cocina de cualquier casa como esta.
- ¿Han comprobado si falta algún cuchillo en la cocina? O cualquier utensilio que pudiera infligir una herida como esta, en realidad. Hasta que sepamos con exactitud qué causó las heridas, cualquier pista es buena.
Te diriges hacia la mesa.
- ¿Alguien sabe si faltan documentos? Quizás el asesino se llevó algunos por el motivo que fuere.
- Aún no hemos tenido oportunidad de hablar con el servicio, a excepción del mayordomo, James. Quizás quiera preguntárselo usted mismo a algún trabajador de la cocina. En cuanto a los documentos, no parecen ser de mucha importancia para un chantaje o un robo, tan sólo hay citaciones de abogados para discutir sobre cesiones empresariales y cosas por el estilo, todas de parte de Sir Matthew Powers, que ha sido identificado por el mayordomo como socio de la víctima. Tal vez tengan problemas con la propiedad de la empresa.
- Supongo que no hay testigos ni nadie que viera entrar o salir a algún sospechoso. ¿Cuánta gente tiene acceso a la casa, además del servicio? Tengo que ponerme en contacto con el señor Powers. No se quede ahí parado, señor Boyle, ¿va a hablar usted con el personal o voy a tener que hacer yo su trabajo?
- Es Doyle. Y no se preocupe, interrogaré al servicio para comprobar si falta algún cuchillo, o si alguien ha podido observar algo sospechoso. En cuanto a las personas con acceso a la casa, parece que sir Crawford era bastante celoso de su intimidad. Las únicas personas que parecen tener un acceso asiduo a la casa son su mujer, Johanna, y su hermano Herbert, que viene de visita una vez por semana.
- Oh, y ¿dónde está la señora de la casa? Me encantaría hablar con ella.
- Por lo visto suele pasar bastante tiempo fuera de casa, pero el mayordomo dice que, aunque sale cada mañana muy temprano, suele regresar a mediodía. Por si le apetece esperarla.
- Por supuesto. Mientras, voy a hablar con el mayordomo.
Sales de la habitación en busca de James, que está en el pasillo, mirando por la ventana con aire distraído.
- Disculpe, señor. Me gustaría hacerle algunas preguntas acerca de lo ocurrido.
- Por supuesto, estoy a su disposición, detective.
- Veamos. ¿Notó algún comportamiento extraño por parte de Sir Crawford en los últimos días?
- Últimamente parecía bastante alterado, incluso cambió sus rutinas de sueño, algo bastante anormal en él. Le oía pasear por su despacho hasta que me retiraba, sobre la medianoche. Incluso me pedía que le llevara el desayuno a su despacho, lo cual me hace pensar que pasaba allí la noche.
- Comprendo. ¿Alguna idea sobre lo que pudo motivar ese cambio de conducta?
- En varias ocasiones le oí mencionar a Sir Powers, gritando, y algo relacionado con problemas de acciones. No podría decirle más, mi empleo requiere discreción en cuanto a ciertos detalles.
- ¿Eso quiere decir que no sabe si la empresa estaba atravesando problemas de alguna clase o que no me lo puede contar?
- Yo solo soy mayordomo, detective. Los detalles de los negocios de Sir Crawford no son de mi incumbencia.
- Entiendo. ¿Podría decirme entonces si vio a alguien salir o entrar de la casa anoche?
- No antes de que me retirara a mi habitación a medianoche, a excepción de la señora, claro está. No creo que pueda serle de más ayuda, detective. Lo siento mucho.

En ese momento aparece el forense acompañado de un policía. Te retiras para dejarles pasar a la habitación donde está el cadáver, y el mayordomo aprovecha para bajar las escaleras a toda prisa. Extrañado por su comportamiento, te planteas si sabe más de lo que parece.

domingo, 7 de junio de 2015

domingo, 24 de mayo de 2015

II

Aquel día, la volvió a ver.

Fue tan solo un instante, pero sin duda allí estaba. Bailando, sonriente y llena de vida, al son de una música que sólo ella parecía oír. Por un momento se quedó de piedra, preguntándose hasta qué punto aquel singular espectáculo era fruto de su imaginación.

Era sin duda la misma chica que ya había visto en otra ocasión,  cuando descansaba frente al fuego. Aquella primera vez, se sobresaltó pensando que era alguna clase de brujería, y no dijo nada por miedo a que pensaran que estaba poseído. Pero aquella vez era distinto. A pesar de sus extrañas ropas, no sintió ningún miedo, tan solo asombro y fascinación. Aquello no podía ser fruto de ningún demonio. Y si lo era, no le importaba.

Cuando desapareció, salió de su ensoñación con un sobresalto, y le pareció oír un ruido amortiguado, como si algo hubiera caído, pero al volverse sólo vio a su hermano, que acababa de llegar de traer agua del pozo. Lo miró extrañado, y le dijo:

-Deja ya tus fantasías y ve a ayudar a padre, que tiene que llevar unos cerdos al castillo para el banquete del barón. Y no te entretengas por el camino.


Ruborizado y sin decir palabra, salió de la pequeña choza en dirección al corral, preguntándose una y otra vez quién sería aquella chica que sólo él parecía ver.