martes, 28 de julio de 2015

Muerte en la mansión Crawford (parte IV)

Antes de volver a la mansión de los Crawford, pasas por un establecimiento de comida rápida para almorzar algo. El local es pequeño y apenas tiene clientela, cosa que agradeces. En silencio puedes pensar mejor cuál será tu siguiente paso.
Una vez en la casa, te diriges hacia la escena del crimen, esperando encontrarte con el sargento Doyle. Cuando llegas, la sala está vacía, así que te dispones a registrarla en busca de algo que se te haya pasado por alto. Pasas por delante de los cuadros que cubren las paredes, mirándolos de pasada. Te detienes en uno de ellos, un retrato familiar de Sir Crawford, sus padres y su hermano. Observas que, físicamente, no se parece mucho a ningún miembro de su familia. Sacas el móvil y buscas a Sir Crawford en internet para confirmarlo. En ninguna de las fuentes que consultas te dejan clara su procedencia.
Te giras ahora hacia la mesa, que está llena de papeles que hablan de detalles de la empresa, que ni entiendes ni te interesan demasiado. Estás a punto de alejarte cuando ves las palabras «cesión de acciones» en un trozo de papel. Buscas el resto de fragmentos, pero es inútil. No encuentras la parte del acuerdo en la que deben ir los nombres. Alguien se la ha llevado. Te sientas en el sofá, todavía con los fragmentos. Detrás de uno de los cojines que adornan el asiento se asoma una pequeña caja de cerillas con un logo impreso. Lo reconoces como el de una casa de señoritas que goza de una cierta popularidad en la ciudad. Cierras los ojos. Así que el crimen lo cometió alguien que no había usado un cuchillo en su vida, y se llevó un trozo del acuerdo de cesión de acciones que iba a firmar. Quizás a esa misma persona se le cayera del bolsillo la cajita de cerillas. Para confirmar tus sospechas decides visitar el lugar de donde procede dicho objeto.
El local no es como te lo imaginabas. La fachada limpia y las luces en buen estado te indican que aquello no es el típico burdel de barrio pobre. Tampoco los coches aparcados delante de la puerta parecen precisamente baratos. En la entrada hay un portero que te hace plantearte los motivos por los que dejaste el gimnasio. Le miras fijamente y luego entras con aire resuelto. Dentro, pides hablar con la dueña del establecimiento, que aparece minutos más tarde por una puerta pequeña al fondo de la sala.
- Me han dicho que quiere hablar conmigo. ¿De qué se trata? ¿Es alguna petición especial? Podemos negociar tarifas especiales…
- No, no vengo como cliente. Soy detective. Quería hacerle unas preguntas.
- Vaya, en ese caso sea breve. Tengo clientes que atender.
- Por supuesto, será solo un momento. Quería preguntarle acerca de uno de sus clientes. Sir John Crawford.
- ¿Crawford? Sí, me suena. Creo que ha estado aquí un par de veces. Un tipo importante, por lo que parece. Aunque siempre con prisa. Supongo que estará casado.
- Sí, lo está. ¿Solía venir con alguien?
-Sí, las veces que vino lo hizo con un tipo que decía ser su hermano. No se parecían en nada, así que supongo que serían bromas de borrachos.
Buscas en tu teléfono la foto que hiciste al retrato de la mansión Crawford.
- ¿Es este hombre?
- Exacto, ese mismo. Se lo pasaban de miedo él y su hermano. Les gustan mucho nuestras chicas. En especial Giselle. Siempre preguntan por ella.
- Esta Giselle, ¿está aquí hoy? ¿Podría hablar con ella?
- Sí que está, un momento…
La dueña se marcha y al poco tiempo vuelve con una joven muy guapa. No te extraña que Crawford se fijara en ella.
- Giselle, este hombre quiere hablar contigo. Sé buena y atiéndelo bien.
Esperas a que la dueña vuelva a salir por la puertecita del fondo y te giras hacia la chica, sonriendo.
- Buenas tardes, Giselle. Tengo un par de preguntas que hacerte sobre unos clientes. ¿Qué podrías decirme sobre los Crawford?
- Oh, en general son muy buenos clientes, sobre todo John. Herbert tiene las manos más largas, pero sé controlarlo. Y pagan bastante bien. Deben ser hombres muy ricos.
- ¿Cuándo los viste por última vez?
- No sé si debería contárselo… Pero ayer estuve en casa de John. Me dijeron que su hermano quería darle una sorpresa porque estaba pasando unos días muy malos. Fue muy atento conmigo, e incluso hizo que su mayordomo me llevara a mi casa. Me sentí como alguien importante.
- ¿Estuviste anoche en la mansión? ¿Por qué no sabías si contármelo?
- Me dijeron que fuera muy discreta… Supongo que no querrían que nadie se enterara… Incluso John le dijo a su mayordomo que no hablara de nada de esto. Yo estoy acostumbrada a tratar con hombres casados, así que no me extrañó...
- Entiendo. Y ¿qué pasó en la casa?
- Lo normal en estos casos, supongo... John bebió bastante, pero no fue brusco conmigo. Me fui un poco después de la medianoche.
- ¿Había alguien más allí cuando te fuiste?
- Sólo el mayordomo, el que me llevó a casa. No parecía haber nadie más. Yo lo conocía porque me había llevado otras veces. John siempre le hacía acompañarme, decía que la calle era muy peligrosa. Es un buen hombre.
- Entiendo. Esto es todo, muchas gracias por tu tiempo.
Le das la mano y te marchas, pensando en la declaración del mayordomo. Comprendes que mintiera para no dañar la reputación de su jefe, claro. Pero si ocultó la visita de Giselle, ¿quién dice que no ocultó la de nadie más?
Decides que tu siguiente paso debería ser visitar al hermano de Sir Crawford, ya que es él quien organizó la «sorpresa» de anoche. Llamas al sargento para preguntarle la dirección y entras en un taxi.
La casa de Herbert es bastante más pequeña que la de su hermano, pero también es lujosa, aunque está muy deslucida. Te acercas hacia la puerta, caminando sobre baldosas que empiezan a desaparecer bajo el césped, y llamas al timbre.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Cada vez que sacáis una entrada de la Mansión Crawford la leo por la mañana de camino al trabajo. Me divierte y me alegra la mañana. Espero con ansia e intriga más partes. ¡Seguid así!