domingo, 8 de marzo de 2015

En tierra de nadie (Parte II)

El soldado se detiene delante de mí. Veo que me mira con miedo. Baja el arma.

¿Por qué no reacciona? A esta distancia quizás pueda abalanzarme sobre él, pero si calculo mal estaré muerto antes de tocar el suelo. Siento cada latido de mi corazón en las sienes. Él sigue observándome. Entonces me fijo en que está temblando. Bajo un poco la vista y veo una herida enorme en su pierna. Puede que sea un herido del ataque de esta mañana. Un poco más calmado, bajo lentamente el cuchillo. Si observo cualquier movimiento extraño, su herida será una ventaja inestimable.

Estoy a punto de empezar a hablar, pero recuerdo que hablamos idiomas diferentes. Por supuesto, no conozco lo suficiente del suyo para comunicarle que estoy herido, pero imagino que ya lo sabe, por cómo ha bajado el arma. Lentamente señalo con mi brazo hacia la zona en la que debe estar mi campamento, luego miro mi herida y, por último, le miro a él. Necesito su ayuda. Espero haber sido suficientemente comunicativo.

De repente, veo que señala a algún lugar tras sus líneas y mira su pierna. Creo que está pidiéndome ayuda. Debe estar muy desesperado para pedir auxilio a un enemigo armado. En cualquier caso, no parece que tenga intención de pegarme un tiro. Su mirada suplicante me desconcierta. ¿De verdad pretende que lo lleve a su campamento? Guardo mi cuchillo y doy un paso adelante enseñando las manos vacías. Debería darme la vuelta e irme, pero algo me impulsa a querer acercarme a aquel pobre diablo.  Maldigo una y otra vez mi estupidez.

Parece que me ha entendido, ya que guarda definitivamente el arma. Asiento con la cabeza, y me giro un poco en dirección a mi campamento. No puedo dejar de pensar en lo absurdo de la situación. Si consigo llegar, ¿qué pasará con él?. El soldado se acerca a mí para ayudarme a caminar. Me apoyo en él con una mano.

Me sitúo a su lado y puedo distinguir las insignias de teniente. Estupendo. No sólo estoy ayudando a un enemigo, sino que además es un oficial. Si se enteran de esto en mi puesto de mando acabaré en una zanja con una bala en el pecho. Pienso que aún no es tarde para dejarlo allí, volver a mi línea y no hablarle nunca a nadie sobre ello. Mientras el impulso de volverme parece cobrar fuerza, me pone la mano en el hombro y deja caer su peso. ¡Maldita sea! No puedo dejar allí a ese pobre hombre. A duras penas logra tenerse en pie. Señalo su pierna y hago un gesto para tratar de preguntarle si puede caminar. Asiente con una mueca de dolor y lo ayudo a dar un torpe paso. Oficialmente, ya soy un traidor.

El pobre hombre me ayuda con reticencia a cruzar el campo. Quiero pensar que en su lugar yo habría hecho lo mismo, pero me cuesta creerlo. Los traidores no están bien vistos en ningún bando. Estoy seguro de que los míos no le harán daño si le ven ayudándome, pero aun así tendrá que volver a la batalla mañana, y entonces ya no puedo asegurar nada. Me parece injusto, pero estamos en guerra. Estamos en guerra contra unos ideales contrarios a los nuestros, y esos ideales los defienden personas que son iguales a nosotros. Personas que son capaces de llevar a un enemigo herido a su campamento en mitad de la noche.

Me pregunto qué pasará cuando lleguemos al campamento. Lo más probable es que me encierren lo que queda de guerra en algún campo de prisioneros. No me desagrada la idea. Al menos allí no pueden matarme en cualquier momento. Miro al hombre que anda penosamente a mi lado. A él le irá peor. En cuanto se recupere volverá a alguna trinchera, y probablemente no vuelva a tener tanta suerte. La guerra no te da segundas oportunidades.

De repente oigo un ruido. Miro al soldado, que parece haberlo oído también, y hago ademán de agacharme. Por la procedencia del sonido, supongo que se trata de algún centinela de mi bando. Si ve al soldado que me está ayudando probablemente lo mate, y no estoy seguro de querer pagarle así su ayuda.


Sin duda el sonido que acabo de oír es un centinela enemigo. Miro a mi inesperado compañero con horror. Si grita, se acabó. Examino mis opciones, pero no podría hacer nada con suficiente rapidez. Entonces él me mira con una expresión indescifrable, y se lanza al suelo. Me tumbo rápidamente a su lado, casi sin atreverme a respirar. Mientras los pasos se alejan pienso que aquel hombre, que hasta hace unas horas era mi enemigo,acaba de evitar que me vuelen la cabeza.


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