Sin detenerme a observar,
salgo del parapeto y deambulo entre los cadáveres que ha dejado la jornada de
hoy. No sé por qué sigo molestándome en recorrer el campo en busca de algo
valioso. Ellos están tan mal equipados como nosotros, y parecen cobrar menos.
Pero me ayuda a sobrellevar el insomnio. Cada noche, cuando cesan los disparos
y el batallón duerme, salgo a la caza de algún cuerpo que merezca la pena
saquear. Hace tres semanas encontré el de un oficial que acababa de cobrar su
paga. Pobre diablo. Aunque normalmente no tengo tanta suerte. Esta noche no
parece muy prometedora, aunque aún es pronto para volver. Los centinelas
enemigos parecen no percatarse de mi presencia, así que me animo a avanzar un
poco más. Quizá más adelante aún encuentre a algún sargento con los bolsillos
repletos.
Hace frío. Me duele
mucho la pierna, pero no tanto como antes. Hasta ahora nunca me había desmayado
de dolor, pese a todos los años que llevo combatiendo. Abro los ojos poco a
poco y a mi alrededor solo veo oscuridad. Conforme mi vista se adapta, distingo
cuerpos. Mis compañeros. Al cabo de un rato consigo incorporarme, sin pararme a
pensar que puede haber enemigos cerca. Descarto esa idea al no oír disparos.
Aún no puedo moverme, entre el frío y la herida estoy paralizado. No quiero
rendirme, pero no sé cómo llegar desde donde estoy hasta mi campamento.
De repente distingo algo
entre las sombras. ¿Un centinela? es imposible, no me he acercado tanto a la
línea enemiga. Me agacho y preparo mi arma haciendo el menor ruido posible. Sea
quien sea, aún no me ha visto. Me muevo lentamente para no revelar mi posición.
No sé qué hacer. Si abro fuego, tendré a media compañía enemiga abriendo fuego
sobre mí en cuestión de segundos. Mientras pienso me percato por primera vez
del frío que hace. Un imperceptible escalofrío recorre mi brazo derecho, en
tensión para apretar el gatillo. Maldita suerte. La sombra deja de moverse.
Decido esperar, y rezo porque mi imaginación me haya jugado un mal trago.
Escucho un ruido a mi
derecha, y giro lentamente la cabeza. Estoy completamente entumecido, algo
bastante normal, considerando que llevo horas tirado en el campo. No veo
enemigos acercándose. Tampoco se mueve nadie a mi alrededor. Hay demasiada
muerte. Espero unos minutos para asegurarme de que no hay nadie y luego intento
levantarme, girándome hacia el lado de la pierna buena y apoyándome como puedo
en el suelo. Estoy demasiado cerca de la línea enemiga, pero no tanto como
pensaba. Aun así tardaré bastante en llegar al campamento. Apoyo el peso de mi
cuerpo en la pierna herida y esta se dobla. Caigo al suelo.
Sin duda no ha sido mi
imaginación. Ahí delante hay alguien. Por sus movimientos parece estar herido,
pero no podría estar seguro. Sigo apuntando a las sombras. Podría ser de los
suyos o de los nuestros, aunque si disparo nadie lo sabrá. Podría alejarme de
allí tratando de no hacer ruido, pero en este terreno podría tropezar, y si se
tratara de un centinela estaría muerto en segundos. Sea como sea, no parece
haberme visto. Tal vez pueda acercarme lo suficiente y apuñalarlo por la
espalda sin hacer ruido. Parece un suicidio, pero no tengo otra opción si no
quiero acabar lleno de agujeros. Lentamente me echo el fusil al hombro y saco
mi puñal a la vez que empiezo a andar, midiendo mis pasos. No puede estar a más
de diez metros. Contengo la respiración y sigo avanzando.
Mientras intento
levantarme oigo que algo se mueve detrás de mí. No tengo nada que perder, así
que trato de ponerme en pie. Hay un soldado a pocos metros de mí. Es evidente
que es enemigo, debido al lugar en el que nos encontramos. Lleva un cuchillo en
la mano y parece dispuesto a atacar, y no tengo manera de defenderme.
Cuando me acerco lo suficiente, reconozco el uniforme enemigo y me paro en seco. Alzo un poco más la vista y veo con horror que me está observando. No tengo tiempo de retroceder ni puedo salir corriendo. Me quedo paralizado mirando a los ojos al hombre que, si quisiera, podría acabar con mi vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario