domingo, 15 de marzo de 2015

En tierra de nadie (Parte III)

Aún no se qué me ha impulsado a no gritar. Una sola voz y el centinela habría venido a rescatarme. Podría haber dicho que aquel soldado estaba tomándome como prisionero. Pero por alguna razón que no llego a comprender, decido confiar en él, a pesar de que habría saqueado mi cadáver sin detenerse a pensar. Mientras esperamos a que el centinela se aleje, me doy cuenta de que no sé nada del hombre que está a mi lado. Tampoco es que importe. Al fin y al cabo, estamos en guerra. En este fango no hay bandos. Sólo cadáveres. Y lo único que impide que yo sea uno de ellos al final de esta noche es ese soldado que dicen que es mi enemigo. Me mira largamente con la duda en sus ojos. Le devuelvo la mirada más tranquilizadora que puedo a pesar del dolor de mi pierna, casi insoportable en esta postura, y parece entenderlo. Casi no nos atrevemos a respirar mientras el centinela se aleja.

Permanezco en silencio intentando no moverme mientras oigo las pisadas del enemigo alejándose. No me ha delatado. De hecho, mientras el otro soldado pasaba cerca nuestra me ha parecido que me miraba como si fuéramos compañeros, no enemigos. No puedo evitar acordarme de mi hermano, caído en combate hace menos de una semana. Nos alistamos juntos, y me salvó el pellejo en más de una ocasión. Entre los dos levantábamos el ánimo de la tropa, y tras su muerte me sentí tan perdido que empecé a saquear cadáveres. Miro al hombre que tengo al lado y me doy cuenta de que me recuerda a él. A mi hermano. Maldita sea. Poco a poco me pongo en pie. No veo al centinela por ninguna parte, así que ayudo al teniente enemigo a levantarse.

Ahogo un grito cuando el soldado me ayuda a levantarme. No debemos estar lejos de mis líneas. Empezamos a andar con mucha cautela. Si tenemos que volver a echarnos al suelo, no sé si podré levantarme. Estoy a punto de desfallecer, pero ahora no me lo puedo permitir. Mientras avanzamos penosamente, oigo la respiración entrecortada del soldado. No sé por qué me ayuda, pero siento que cada paso que da junto a mí es una deuda impagable. Tal vez mañana, en el fragor del combate, podamos matarnos el uno al otro. Tal vez nunca vuelva a oír hablar de este hombre. Ni siquiera sé si llegaré a saber cómo se llama. Sólo sé que desde el momento en que decidió no apuñalarme por la espalda dejó de ser mi enemigo. De repente, me parece distinguir una luz parpadeante en la oscuridad. Sin duda es una de las lámparas que usan en los puestos avanzados. Ya falta poco.   

Estamos cerca. Me pongo nervioso porque no sé qué va a pasar ahora. No puedo llevarle hasta la enfermería. Supongo que lo más fácil sería dejarle todo lo cerca que pueda y luego largarme corriendo. Le miro. Tiene la vista fija en las luces, que aumentan a medida que nos acercamos a la línea. Ya no sé si puedo pensar en ellos como enemigos, lo cual es absurdo porque solo uno de ellos me ha ayudado. El resto bien podría matarme si me viera. Antes creía que este hombre  intentaba mantenerme con vida solo para llegar a su campamento, pero tras lo del centinela no estoy tan seguro. Me paro. Si seguimos avanzando, la luz nos iluminaría demasiado y podrían verme.

No podemos acercarnos más. El soldado me suelta y, sin saber cómo, encuentro la fuerza para quedarme en pie y mirarle a la cara. La tenue luz ilumina su rostro cansado. El rostro del hombre que acaba de salvarme la vida. Me quedo allí parado tratando de encontrar una manera de darle las gracias, a pesar de no saber ni una palabra de su idioma.

Nos miramos y puedo ver el agradecimiento en sus ojos. Sonrío y, lentamente, doy un paso hacia atrás, para alejarme del campamento. Él me sigue mirando, puede que intentando darme las gracias, puede que intentando no gritar de dolor. Levanto las manos en un gesto que pretende decir “de nada”, y sonrío. Quizás con demasiada tristeza. Me doy la vuelta y empiezo a alejarme.


Con ese último gesto sé que me ha entendido. Hasta me ha parecido verle sonreír. A duras penas, me dirijo hacia la luz. En unas semanas, me devolverán al frente y todo volverá a empezar. Volveremos a ser enemigos. Pero esta noche no. Esta noche, la guerra se había detenido. No éramos dos uniformes de bandos contrarios. Y mientras oigo al guardia del puesto venir a socorrerme, sonrío pensando en estas horas en que logramos, en medio del caos y la muerte, volver a ser seres humanos.

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